Hace tiempo que mi madre me abandonó. No hay mucho que pueda hacer excepto platicar con el viejo que se pasea aquí por las noches. En las mañanas también hay gente, pero siempre andan tristes y nunca se detienen a charlar conmigo. A lo mejor es porque estoy acá abajo y no me ven. Sólo el anciano nos hace compañía a mí y a la otra niña que vive conmigo casi desde que llegué. A veces lo he visto de día cavando hoyos o barriendo. Aún sigo molesta con mi madre por desafanarse de mí. Por más que lloré simplemente se alejó. Luego alguien me encontró y me trajo aquí. No es que esté incómoda, que me decepcione no tener una familia o que ni siquiera tenga un nombre propio —el viejo me llama chiquitina, pero no sé si eso cuente—, lo que no me permite perdonarla es saber que me escuchó y que de todos modos me ignoró. La otra niña tiene una historia similar a la mía. Es triste p
Escritor de literatura especulativa.