Aquel jueves a las ocho de la noche Rolando cerró temprano El Cronopio, su tienda de conveniencia. María, su empleada, se reportó enferma y él acudiría a una cena romántica con Amelia, una afable bibliotecaria que conoció algunos meses atrás cuando ella entró a su local buscando un tipo de galletas en particular. —Poca gente pregunta por este producto a pesar de ser apetitoso —le comentó en aquél entonces Rolando a su clienta con la optimista intención de romper el hielo. —Supongo que para algunas personas el sabor a menta debe resultar raro en una galleta, pero es la que prefieren mis traviesos —contestó Amelia con un tono amable y preciso. —¡Traviesos y consentidos! Son unos niños afortunados —exclamó el tendero. —En realidad no tengo hijos. Por traviesos me refiero a mis hurones. —¡Perdón! Asumí cosas que no debía. —Pierda cuidado. —Había un g
Escritor de literatura especulativa.