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Mozambique


¿A qué país pertenezco en verdad?


Desde aquí puedo que ver que el avance de los autos en la caseta es lento. La fila es larga y casi estática. Uno podría pensar que sólo es cuestión de unos quince minutos en lo que pasas al otro lado, continuas sobre la autopista de cuota y listo. Sin embargo, en muchas ocasiones esperé hasta más de una hora en tramos tan cortos como este. El calor es sofocante, eso convierte a la simple idea de estar atorado en una pesadilla. Estoy a unos metros del libramiento hacia la carretera libre, voy a continuar por ahí. Es curioso como el hecho de ir por un camino más estrecho vuelve más íntimo el viaje, incluso surrealista por momentos. Eso es algo que las grandes autopistas jamás tendrán. Lo que veo que sí comparten es el tráfico lento, creo que no soy el único que decidió evitar el tramo de la caseta.

Es muy extraño, estos parajes no se parecen en nada a los de mi país y, sin embargo, me siento nostálgico. Faltan los costados llenos de arena rojiza, aquí hay más árboles que palmeras, incluso el clima se vive de diferente manera y aun así me invaden los recuerdos: Nilza y yo en la playa de Ponta Gea o los domingos en misa con mi madre. Pero eso fue en un principio, después vino la guerra civil; las cosas cambiaron. Mi familia estaba «en el bando equivocado», papá fue asesinado, mamá optó porque huyéramos del país y terminamos viviendo en Zamatla. No lo sé, ahora que lo reflexiono, ¿debería pensar en estos términos? ¿A qué país pertenezco en verdad?, ¿a este al que llegué escapando de una situación precaria?, ¿al otro en el que nací y crecí?, ¿o a ninguno? Ahora va a resultar que soy un ciudadano del mundo ¡libre de ser!, aunque no siempre de estar. Quizá hayamos logrado huir de muchos tormentos, he de admitir que salir de allá fue una buena decisión, pero no todo es un cuento con final feliz. Todavía no me acostumbro a que el color de mi piel sea, para muchos, un problema.

Vamos a vuelta de rueda. A este paso llegaré a Veracruz al anochecer. Esto va tan lento que puedo mandar un mensaje a mi esposa sin descuidar el volante. De hecho, eso haré:

Amor, el tráfico es muy lento. Es probable que llegue muy tarde.

En cuanto esté en el puerto me vuelvo a comunicar.

Ella lo dejó en visto. Mi relación con Teresa va de mal en peor, me sorprendería que respondiera el mensaje antes de que yo llegue. No, no lo creo. Estamos detenidos y parece que hay movimientos extraños adelante. Ya veo, algunos han decidido regresarse a la autopista. A estas alturas considero que da lo mismo retornar que continuar. Un viento fresco comienza a soplar. Al menos es algo. La fila avanza por momentos. Prendo la radio. Nada en las estaciones locales es de mi interés. La apago y comienzo a pensar de nuevo en mi infancia. No entiendo cómo esa época de mi vida pudo ser tan mágica. No teníamos grandes comodidades y de todos modos éramos felices. Al menos yo lo era. De algún modo, mamá y papá lograron crear un espacio pacífico en casa para Nilza y yo, a pesar de todo lo que sucedía afuera de esas cuatro paredes. Por un lado, mi madre siempre nos daba algo que hacer, por otro, mi padre siempre fue esa barrera protectora. Pero eso no lo supe hasta que lo mataron, o más bien, me enteré porque lo asesinaron. Después de eso tuve que crecer rápido. El encanto se quebró.

Van a dar las seis de la tarde. El sol comienza su lenta retirada; en dos horas anochecerá. Si esto avanzara como debiera, llegaría aún con luz de día. Cuando arribamos a México la primera barrera fue el idioma. Quizá pasar de una lengua romance a otra no fue tan terrible para Nilza y para mí, aún éramos jóvenes, pero mi madre batalló mucho con ello. Con todo encontró trabajo de costurera, nos sacó adelante y nos adaptamos a las costumbres de aquí. En realidad, mamá y yo lo hicimos, mi hermana regresó a Beira. Siento que ella heredó mucho del idealismo de papá. Eso la llevó a sentir que le debía algo a nuestro país. Yo estaba conforme con estar de nuevo en una situación estable, con sus carencias, pero estable. Con el tiempo conocí a Teresa y nos enamoramos, poco después mamá falleció, casi como si se hubiera esperado a saber que no estaría solo en el mundo. Ahora eso resulta irónico.

***

Esas luces son de una patrulla. Eso lo explica todo. Algún accidente entorpeció el tráfico. Se debió tratar de algo muy grave como para retrasarnos tanto. Ya estoy más cerca y puedo observar mejor qué sucede. Me extraña ver sólo una patrulla, no hay ambulancias, grúas, ni vehículos de aseguradoras. ¿Se están desviando los demás? El oficial viene hacia mí. ¡Al fin me voy a enterar!

—Buenas tardes, señor.

—Buenas tardes, oficial.

—Mire, el camino está cerrado. Va a tener que tomar aquella desviación.

—Pero ¿qué sucedió?

—Se está realizando un operativo más adelante. Nada grave.

—¿Y cómo llego a Veracruz?

—Como le digo, tome la desviación, como a diez kilómetros salga por la salida hacia Rinconada y de ahí se puede enfilar a Veracruz.

—Muchas gracias, oficial.

Entonces más adelante se han de estar agarrando a balazos con algún narcotraficante. No me queda más que tomar el camino que me indicó. ¡Excelente! ¡Pura terracería! Espero que no sean así los diez kilómetros enteros. Estoy cansado y ya obscureció bastante. Son cuarto para las ocho. Al menos avanzo a buen ritmo.

Van a dar las nueve. Veo la luna. Me gustaría estar ahí. Observar todo desde arriba, sin tener que ir a ningún lado. Envejezco cada año y ya no es lo mismo. Las arrugas son lo de menos, extraño la agilidad de mis años mozos. Mis manos se vuelven más torpes cada vez con el tiempo y mi vista se cansa con facilidad. El cansancio me vuelve pesimista y mi mente ya me está jugando bromas de tanto manejar. Por un segundo creí que la señalización que acabo de pasar estaba en portugués. Ya han pasado los diez kilómetros y no veo ninguna desviación.

***

¡Esto no es nada bueno! Es el final del camino y hay una bifurcación sin señalamientos. ¿Por dónde continuar? Tomaré hacia la izquierda y en el primer poblado que vea pediré informes. Le voy a marcar a Teresa. No me contesta, eso no me gusta en lo absoluto. En parte es mi culpa, no lo sé. La hubiera llamado en cuanto me enteré de que tenía que continuar por estos parajes. A pesar de ser ya de noche el clima se siente diferente, húmedo a pesar de la frescura del aire. En verdad quiero estar en cualquier otro lado, incluso otra época. ¡Qué más da! Tengo que seguir, no veo algún sitio seguro donde me pueda detener.

Entré a una sección del camino que sí está pavimentada. Puede que vaya en la dirección correcta. Sin embargo, estoy rendido. No quiero ver qué hora es. Al parecer hay un hotel adelante. Es pequeño y de seguro no es cinco estrellas, pero lo tomo.

Hay lugares disponibles en el estacionamiento. ¡Excelente! ¡Qué bien se siente estirarse! Mi espalda me estaba matando. «Hotel Lua», es un nombre interesante, adecuado a mí sentir. Me agrada el blanco de sus paredes y el azul turquesa de los arcos que adornan la entrada. Veo que tiene dos pisos: abajo hay un ventanal que muestra el restaurante, arriba cuentan con muchas ventanas, supongo que son los cuartos. Parece como si hubiera salido de la nada, como si lo hubieran inaugurado hoy en la mañana. Voy a sacar mi maleta de la cajuela. El vestíbulo y la recepción se sienten amplios, en especial porque no tienen una división muy marcada con el restaurante. Un joven albino me recibe:

—Buenas noches, señor, ¿qué puedo hacer por usted?

—Necesito un cuarto para pasar la noche… y algo de cenar si todavía hay servicio.

—El restaurante siempre está abierto y tenemos servicio a la habitación. Sobre los cuartos, sólo están disponibles el México, el Rumanía y el Mozambique.

Me resulta extraño que las habitaciones tengan nombres de países en lugar de números. Aunque eso facilita mi decisión:

—El Mozambique, por favor.

—Muy bien, ¿por cuánto tiempo?

—Sólo por esta noche.

El joven sonríe y procede a realizar el papeleo, le pago y subo a mi habitación. Es amplia, está decorada con un par de ujamaa, y cuenta con un pequeño y sencillo frigobar, no resisto la tentación de abrirlo. ¡Es increíble! ¿Cómo puede un hotel en medio de la nada contar con cervezas 2M? Una cosa es segura. A papá le hubiera encantado todo esto. Estoy tan agotado que en realidad no me importa donde las consiguieron o si cada cuarto tiene la cerveza típica del país que representa. ¡Qué delicia! ¡Ahora entiendo por qué a papá le gustaba tanto esta cerveza! En verdad necesitaba esto. Voy a marcar y pedir servicio a la habitación.

Cené muy a gusto y no esperé mucho por la comida. El club sándwich y la cerveza son una buena combinación. Interesante, ahora que me asomo al exterior, veo que mi cuarto queda justo frente al lugar donde me estacioné. El color cobre de mi auto lo hace parecer un forastero en este paraje tan extraño como pacífico. Ahora que lo pienso, voy a dejar la ventana abierta.

***

La luz matinal me abraza y me da los buenos días de un modo bondadoso. Soñé con mamá y papá. Los veía caminar juntos al lado de una arboleda, platicando sobre Nilza y yo. En el sueño nunca abandonamos nuestro país y habíamos formado nuestras propias familias. Nada más lejos de la realidad. Nilza nunca se casó; se dedicó al activismo político por un tiempo y luego abrió un hotel. No tengo muchos detalles porque la comunicación con ella fue difícil de mantener, siempre estaba en movimiento. Por mi parte me casé con Teresa, pero nunca tuvimos hijos a pesar de intentarlo. Esa es una de las muchas situaciones que con el tiempo nos van distanciando.

Me voy a dar un merecido regaderazo. El agua es fresca. Me siento mucho mejor. ¡Descansado y limpio! Ahora voy a bajar a desayunar. Después reanudaré mi viaje. El color de los pasillos se ve diferente de como se veía anoche. Desde que me vi obligado a tomar aquel camino de terracería, mi mente ha estado algo dispersa por el agobio. En medio del vestíbulo hay una mujer de color que me resulta muy familiar. Me ha visto, sonríe y se me acerca.

Bem vindo de volta —me dice.

A pesar del pasar de los años su voz es casi la misma de la joven idealista que se regresó. Con la diferencia que ahora carga con toda una vida.

Olá Nilza —le respondo y la abrazo.

Caminamos hacia el restaurante. Desde el ventanal puedo ver que el paisaje afuera es por completo diferente. Estamos en medio de una ciudad. No puedo evitar llorar sobre el hombro de mi hermana. He regresado, yo también he regresado.


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