Cuento leído en la cuarta edición de Flores en la arena (Xalapa, diciembre de 2022).
—Yo la verdad me siento patético, obsesionado con esa foto. Leí aquel libro
de Cortázar y era tan genial, tan lleno de magia, naturalidad, pasión. Era
para que terminara llorando, o riendo o algo. En cambio, estoy enfrascado en
saber quién tomó la fotografía de la portada. Usaron una parte (al menos eso
creo) y yo quiero verla completa. ¡Quiero verla completa, maldita sea! Yo sé
que suena ridículo, sin embargo, estoy seguro de que en la imagen original
existe una frescura que es hija de su tiempo…
—Luis, por favor. No empieces.
—¡No, espera! ¡Sé de lo que hablo! En el fragmento que se muestra se ve el
saxofón, las manos de quien toca y un pedazo del fondo. Y ese último
elemento es la clave, porque delata que se tomó en exteriores y si aúnas a
eso la coloración de la foto y el año de edición del libro, podemos deducir
que se trata de la foto de un saxofonista tocando en un parque, en los años
ochenta o setenta. ¿Te das cuenta? ¡Es la esencia de lo cool, de lo
atemporal! Y si logro ver esa imagen quizá, tan sólo quizá, pueda adentrarme
ahí, sentir la brisa fresca, el sol sabatino, ¡porque de seguro es un
sábado!, tener un café en la mano y abstraerme de mi presente asqueroso
lleno de mensajes de chat, pantallas y gente quejándose por todo.
—¿Por qué te torturas así? Los parques, los cafés y los músicos de jazz
todavía existen. Lo único que tienes que hacer es salir al mundo.
—No entiendes. Si salgo a un parque, un café o a un concierto en esta época
no va a ser lo mismo. Aquí no importa a donde vayas, siempre habrá alguien
cerca con un celular, o hablando de la guerra o alguna otra maldita
realidad. ¡Yo lo que quiero es ese encanto perdido! Esos tiempos
sofisticados y naturales a la vez, que parecían eternos porque no hacía
falta nada más. Yo quiero volver a mi juventud. Sí, es eso y es absurdo y
patético que lo diga. Me doy cuenta, pero es lo que quiero.
—No quiero ni siquiera preguntarlo. ¿De qué te serviría…
—Me adentraría en ella.
—¿¡Qué!?
—Sí
—¡No! Luis… escucha. Nadie que haya hecho una inmersión ha regresado. Muchos
terminan muriendo de formas horripilantes. Además, tú lo has dicho, la foto
está incompleta.
—Lo sé. Por eso quiero la versión original, pero la maldita editorial sólo
incluyó el crédito del diseñador de la portada, que se ve que ya está
retirado porque no encuentro mucho sobre él y por lo poco que averigüé no es
el fotógrafo. De seguro le encargó la imagen a alguien más. El problema es a
quién.
—¡Madre de Dios! No me digas que…
—Escribí a la editorial. No me han contestado. Así que hablé con Amelia.
—¡Es lo que me temía! Amelia te va a sacar un ojo de la cara. Yo sé que lo
encuentra todo, por un precio.
—No es tan malo, sólo quiere mi voz. Que ni me gusta y, además, si todo sale
bien no la voy a necesitar, voy a sumergirme en ese parque. Estaré por
siempre escuchando jazz en una época que era simplemente perfecta.
—Luis, Luis, Luis. Por piedad, ¡no lo hagas! No sabes si funcionará y lo más
probable es que no lo haga. Las inmersiones son peligrosas y la mayoría ni
siquiera se logran. Si todo falla, que es lo más seguro, podrías quedar mudo
en esta realidad, atrapado en la nada o morir asfixiado en una imagen
modificada. De uno u otro modo sería nefasto e incluso, si funciona, no
sabes qué habrá dentro de la foto. ¿Qué pasaría si fue tomada en expreso
para la portada?, ¿ya pensaste en eso? Estarías atrapado una eternidad
viendo a un fotógrafo desaliñado y pervertido capturando la imagen de un
modelo drogado que sólo pretende estar tocando. ¡Y ni siquiera sería en un
parque! Lo más probable es que se trate de un estudio, dentro de un
departamento apestoso y caluroso.
—Estoy casi seguro de que es un lugar abierto.
—Además, no consideraste el factor estético.
—¿¡De qué hablas!? La foto…
—La foto es parte de la portada del libro. Es probable que la magia que te
transmite esté influenciada por el resto del diseño: los colores, las
tipografías, tú sabes, el todo.
—No… no lo había visto así.
—¡Ya ves!
—En todo caso…
—¡Hola! ¿De qué platican con tanto entusiasmo?
—¡Amelia! ¿Pues qué crees? Le comentaba a Jorge sobre la foto.
—¡Mira nada más!, ¡la reina de las búsquedas! ¡Qué tal! Sabes, es curioso
que siempre cargues con tus bolsitas de papel.
—Qué puedo decir, soy precavida. Entonces, ¿platicaban sobre el saxofonista?
—Así es.
—¡Perfecto! ¿Ya te decidiste, Luis?
—Lo estoy dudando. Justo Jorge acaba de…
—¡No lo dudes! Es fácil una vez que…
—¡Alto ahí! Tú bien sabes que esto de las inmersiones es arriesgado y no me
queda claro para qué quieres la voz de Luis.
—¡Tú siempre de aguafiestas! ¡No le hagas caso, Luis! Además, ¡mira!
—¡La foto original! ¡Completa! ¡Mira, Jorge, es un parque como te decía!
—¡Déjame ver eso!
—¡No, señor! Es para Luis y su inmersión.
—¡Alto los dos! Luis, piensa por piedad en las consecuencias.
—¡No hay más que pensar! ¡La foto es todo lo que soné!
—¿Listo, Luis?
—¡Desde siempre!
—Perfecto, sopla sobre la bolsa.
—¡Espera! ¡No le des tu voz!
—Listo. Ahora dame la mano.
—¡NO!
—Demasiado tarde, el buen Luis ya está dentro de la foto.
—¡Eres una cabrona! Ruego a Dios que sí sea la foto correcta, que viva ahora
en aquella época que tanto añoraba, que al menos se trate de un parque donde
toquen jazz.
—¿Esto? ¡Claro que no! Es una imagen truqueada.
—¿¡Estás demente!? ¡Va a morir atrapado en una imagen falsa!
—¿No soy un encanto?
—¡Eres un monstruo! ¡Vas a pagar por esto! ¡Alto! ¡Suelta mi mano! ¿¡Qué
haces!? ¿QUÉ?…
—¡Listo! Ya terminé; se harán compañía el uno al otro. Ahora a tirar esta
voz fea por ahí y a seguir limpiando este mundo de gente sin gusto.
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